Wednesday, August 5, 2009

La casa de Sol 266

La casa de Sol 266



El sol que daba de aquel lado del río era más cálido, aquella casa siempre tuvo algo que me hacía soñar y despertar riendo en las mañanas, tenía las ganas de vivir y de respirar el aire puro del rio, filtrado de las más dulces melodías del sinsonte Amarillo que cada mañana, posado le veía en la ventana del cuarto.


La casa era mágica, y eso era indiscutible. Las fantasías y los sueños eternos de mi niñez estaban denominados, escritos en largos planos alrededor de cada hierro fundido.

El paso de los años fueron en esa casa, los más silenciosos y felices de nuestros tiempos.
Caminábamos de la mano, volábamos sobre nubes de colores, blancas, azules, suaves como la piel de mi madre, soñabamos con cambiar al mundo, con ser mejores hombres, con llegar a la próxima galaxia, con ser libres.


En Sol 266, nos enamoramos por vez primera, cantamos la primera canciön del corazón, a todo pulmón y con la sangre caliente de tantas ganas de vivir, la vida que esperaba fuera de esas paredes, era tan solo el comienzo, éramos solo el viaje hacia el final de nuestros días.
Los ratos mas fríos, los más amargos, los más felices y los momentos inevitables, se dormían bajo el techo de aquella casa, cuyo nombre nunca se supo, pero cubría nuestros oídos al llamarla hogar, cuyo sonrisa nunca se vió, pero se sentía entre cada beso de despedida, entre cada lágrima de felicidad, entre la soledad del mundo y las ganas de saber las preguntas que nunca fueron explicadas.

El día de la partida se sintió como el despertar en la cama de un extraño, eran cosas pequeñas pero ya sentóa la soledad sin ella, perdía el control de mis sueños y se sentía un vacío inmenso, más grande que los mares. Las calles llenas de lagos por la lluvia, por las lágrimas que soltaron los vecinos eran distintas a todas las demás vividas hasta ahora.

Habíamos salido de casa; el regreso no existía en las ideas, era inseguro, incierto, innecessario.


Después de la despedida, dicen las lenguas, que la casa se convirtió en una vieja poesía, todos sabían que ahí estaba, que existía, mas ignorada, ya no era la misma. La gran casa sufría de desamor, y a razón de todo, los nuevos dueños le cambiaron el color azul cielo que guardaba en su alma, tantas veces; tratando de buscarle la sonrisa otra vez, a la casa. Todo intento fuen en vano. Ya no era la misma. Se había quedado sin alma.


Hoy trato de recordarla cada vez que vuelo a mi niñez. Su alma debió pertenecer a alguna mujer que dormía en petalos de rosas. Hay tantas cosas que no logro olvidar, hay tantas cosas que nos quedamos sin saber de aquella casa!


© 2006 Yosie Crespo.

YO TE NOMBRO PÁJARO aquietado y diminuto como en las cintas imaginarias de Sherman en los registros evidentes de cualquier guía turí...