Se
habían secado los higos
y
era esa pólvora de caracol que era un oído
y
era ese dulce arder de la boca
donde
se habían secado los higos
de
mi pequeño mundo
de
un soplo efímero
sin
hacerme morir
para
aliviarme de la furia
del
país de la casa del barrio del hombre de una mujer
y
del pájaro que se llevó al país
con
la rapidez de una sombra ciega
y
uno crece
y
ciertamente
no
es un pájaro no es una luz
no
es una lista interminable lo que llena la hoja
es
un código es una vida son símbolos de sangre
a
cambio de una muerte
es
un vaso rebosante de olvido
es
un sueño de esfinge de mujeres umbrías
es
un llanto que cae sobre las hojas de los árboles
más
viejos
yo
pude haberlo entendido
pude
haber roto con el aroma de lo que nunca había sido
qué
es el tiempo sino una línea inflamándose de luz sobre un espejo
ese
dramático rumor de los cuerpos en la dársena
ese
impulso de lo que oímos a los lejos
no
era más que el susurro de un pájaro perdido
-nos
unía- en ese intento de fuga
en
esa impaciencia de arrancar hacia dentro
lo
que pende implícito y de repente me mira
y
quise escapar de la mirada
pero
ya se habían secado los higos
y
adentro también el poema soterrado
desgarrando
de la tierra sus raíces.
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